Ayuno
ante tu mesa de papel
y guardo en el adobo
mis ansias de comerte la piel.
Desayuno
tus cereales agitados
y tu jugo de flojera inadvertida
mientras veo el noticiero,
mientras leo mi periódico matutino.
Me pregunto
¡qué pasó con la pasión!
la inevitable,
la inmortal
que falleció súbitamente,
y cremamos su cadáver
en el mismo horno
en que preparas panetones.
Me pregunto
¡qué pasó con el deseo!
el paladín del sexo,
el intocable
que padeció rápidamente
ante la vulgar criptonita
de celos y apatías.
Ayuno
ante tu mesa de papel
y guardo en el vinagre
mis ansias de encurtirte la piel.
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